miércoles, 8 de octubre de 2008

Antecedentes

De alguna forma siempre que se hace un acercamiento hacia los linderos de la performance nos encontramos como primera referencia al teatro, pues es de allí, desde las márgenes del teatro, de donde parte inicialmente, es decir, que la performance no es una derivación del teatro, de la escultura o de cualquier otra disciplina; digamos que más bien es un camino que se vale de características de esas otras para desarrollarse y tener carácter y sentidos propios, y por lo tanto, retos y propósitos substancialmente distintos. El genero, si es que puede llamársele de esta forma, comenzó por parte de artistas plásticos que decidieron tomar una prudente distancia con respecto a las esferas de la pintura y la escultura, y también algunos músicos y bailarines (en menor medida), que tenían la determinación de separarse de sus medios de expresión tradicional para buscar un contacto directo y sin artificio, una relación verdadera con su público y su obra.



“Podríamos hablar de la performance como una de las practicas artísticas más comprometidas con el yo del artista, pues lejos de posibles recursos externos, en realidad el protagonista básico es el propio artista”[1] la exploración dentro del campo de la performance recoge la búsqueda de conciencia desde la propia corporalidad. A través del cuerpo puede lograrse la expresión de toda suerte de reflexiones internas, conmociones y emociones, todo aquello que nos hace individuos sociales, en este sentido, se convierte también en una voz que cuenta a través de la acción corporal posturas frente al mundo, de esta manera podemos entender que para lograr un acercamiento comprensivo, es decir, si se quiere entender una acción performatica, debemos tener en cuenta que cada aproximación que un artista haga, va a estar determinada por él o ella mismos, la multiplicidad es un concepto definitivo en cuanto a forma y concepto dentro del campo de la exploración performatica.


Fenómeno artístico como es el performance hace su aparición. La verdad es que si hablamos de orígenes podríamos remontarnos muy muy atrás en la historia, sin embargo, muchos han declarado que dichos umbrales se encuentran dentro de los perímetros de las vanguardias del siglo XX más exactamente en el surrealismo, el futurismo y el movimiento Dadaísta, donde inevitablemente, y por fortuna, encontramos a Marcel Duchamp como figura clave en los procesos trasgresores y de ruptura determinantes para el arte.


Los propósitos claves de estas rupturas se encuentran en la necesidad profunda de indagar sobre nuevos caminos de exploración y sobre todo de expresión dentro de las artes y por otro lado un llamado directo al espectador, la intención clara de que éste abandone el carácter pasivo que durante tanto tiempo tuvo frente a la obra de arte y que de alguna u otra forma sea parte de la misma.

El proceso de consolidación de la performance tal cual es en este tiempo en el que vivimos, tiene como antecesores al gesto y la acción, pasando por movimientos tales como fluxus, donde existe una relación total con la música y el teatro, más evidente en los movimientos ZAJ Y GUTAI, continuando con el Happening, hasta llegar a los multimedia y el video-performance declarando esa estrecha conexión entre los “nuevos medios” tecnológicos y la performance. Donde los artistas llegan al punto de no estar presentes, no en vivo, sino que la imagen de ellos mismos en un soporte tecnológico se transforma en la obra misma. Cuando Marcel Duchamp comienza a intervenir su propio cuerpo y a generar una especie de travestismo en si mismo, está abriendo la puerta a lo que más tarde, al final de la década del setenta, seria bautizado con el nombre de Body Art, este movimiento juega con las posibilidades del cuerpo como soporte, de cierta clase de ornamentación que se alimenta de elementos cargados de una tremenda conceptualidad y que por otro lado comienza a interesarse por la búsqueda del límite interno como campo de exploración. Otro aspecto determinante dentro de las múltiples formas de acercarse a la performance es el camino hacia “el viaje introspectivo”, donde la experimentación conciente y profunda del tiempo real, es decir, del aquí y el ahora, y el espacio habitado en ese tiempo conforman las búsquedas.


Las raíces de mi proceso se encuentran en un camino extenso ligado a la tercera dimensión, esa triada sumada que conforma eso que se ve, se toca y se rodea. El objeto escultórico, la escultura como acto dramático y sobre todo cada acto de la vida como este mismo acto, la sensación permanente de estar sumergidos en ese cubo escénico que más que cubo se asemeja cada vez más a un tobogán. Cada acto de la vida traspasado a la construcción tridimensional me hizo consciente de la presencia y la capacidad de transformación a través del cuerpo y de él mismo, de su transformación, a partir del hacer. El encuentro con ese cuerpo-vinculo de las esferas que nos contienen como humanos, puntos de luz, puntos de sombra y su conjugación que nos hacen llenos de matices, cosa afortunada pues no estamos en el encierro de lo total, tenemos la capacidad de mutar, de acercarnos a un punto o al otro, tejerlos con la magia de lo que se vive. Claridades que me fueron siendo aclaradas en el trabajo del oficio dentro del taller.



La acción generada por el cuerpo al construir determinada forma en el juego de la materia y el espacio, es decir, en la construcción del objeto tridimensional compone una parte fundamental en la puerta de éste camino que voy andando, pues es el encuentro con ese ser interno que se ve afectado por el “hacer”, en cuanto a que éste genera la necesidad y sobre todo la posibilidad del movimiento, ese movimiento que al hacerse consciente es movimiento de las fibras internas. Cuando pienso en escultura surge una clase especial de sensación, me remite al tiempo, al disfrute de las manos conectándose con la materia a través de la técnica, llámese cerámica, escultura o tejido. Una gran cultivación de la paciencia y por lo tanto un proceso meditativo de la vida, de la propia y de la del mundo. Si miramos hacia atrás en la historia del arte, podremos ver toda la transformación dentro de este campo (el escultórico y en si del arte en general), desde las formas más clásicas hasta las más transgresoras. Siempre he pensado que los resultados dentro de la práctica artística propia, son reflejo de los procesos internos de exploración, constantemente vamos por la vida llenándonos de información nueva, haciendo muchas preguntas, porqué y para qué, siempre rondándonos, hay momentos claros, otros más oscuros que al final resultan ser los más creativos si uno en realidad se reconoce a uno mismo y se sincera, y al fin logra concientizarse de que la única vía de canalizar las propias fuerzas, es tomando de la fuente-arte y valiéndonos de sus múltiples posibilidades, de las más afines. Cuando existe una gran afinidad con lo que se hace, con eso que ama uno hacer, se manifiesta lo sagrado de aquello que está allí frente a nosotros, y por otra parte y en este mi caso, de eso con lo que se hace: el propio cuerpo como instrumento, como objeto poético que habla, sumido en el más profundo silencio, del espacio habitado.


Más que nada el acercamiento a la performance es un viaje introspectivo, que nace con una necesidad profunda por curar y enfrentar puntos oscuros de mi ser a través de la búsqueda del límite propio, que a partir de la experiencia se amplía o cambia de piel, de fachada, hasta el punto de salir un tanto de mi misma y preguntarme por el otro, hacer conciencia de él y permitir la unión como vía de creación. El inmenso deseo de emprender el viaje me ha hecho comenzar por emprenderlo hacia lo interno, a través de la concentración, la experimentación del tiempo conciente y la meditación profunda que se manifiesta en el tejido, en el amarre de todo aquello que habita los limites del cuerpo y de la psique.


El cuerpo como instrumento total en la construcción del objeto y del alma se hace uno con la forma, ese mundo que emerge del mundo que pisamos, todo contenido simbólico que se gesta y es dentro del círculo como base y senda de la vida, al principio fue sembrada dentro del campo de la protección, bautizada como “La cápsula protectora”. En la medida en que se han hilado los momentos está forma primigenia se ha convertido en movilizadora hacia diferentes modos de ser en el mundo que a su vez son tan solo ramificaciones del uno. Como primer momento se abrió el espacio para “Acoger y ser acogido”, nombre dado por el azar de mis reiterativas palabras en el oído de la guía, y es que en realidad la que fue acogida en lo húmedo de la tierra fui yo, 15 horas de construcción y reconstrucción. Mas tarde se abrió la puerta hacia “La kilineja” y como último suceso hasta el momento, el proyecto de siembra-cura comunitaria en Bellas Artes “De tanto en tanto, pedacitos de alma para la tierra”.





[1] Picazo, Gloria. Capitulo 1, LA PERFORMANCE: DE LAS PRIMERAS ACCIONES A LOS MULTIMEDIA DE LOS OCHENTA. Estudios sobre performance. Centro andaluz de teatro. 1993


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